Perdí el sueño

en batallas de tierras lejanas

que surgían entre sábanas

y una linterna

que hiciera de Sol

en la noche.

Aprendí a leer

pasadas ya las diez

de las noches de verano,

miles de libros

entre las manos

para que el tiempo se detuviera.

Una infancia entre lecturas

de dragones y policías,

de bandidos buenos

y malhechores mal hechos,

de batallas épicas

y héroes ridículos.

Y pasé en vela

más horas de las que admitiré

esperando aquella carta

que me confirmara

que lo que no entendía en mí

era cuestión de magia.

Obsesionado con los libros,

así fui yo.

Así soy.

Así seguiré siendo.

Respirando papel por los poros.

Inhalando tinta hasta que sea sangre.